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Anna Guarró

Al salir en la mañana para la escuela, Marcel se asombró cuando descubrió que, durante la noche, había aparecido una tienda de cachivaches entre la casa del vecino y la suya.

La pared que separaba las dos casas era tan delgada que se podía escuchar todo lo que hacían… ya saben, la tele, la regadera, a veces, hasta lo que decían, era como si vivieran juntos.  Pero de repente, por afuera se veía que compartía esa pared de ladrillos con la tienda.  Estaba tan extrañado que entró corriendo a la cocina, pero ahí podía escuchar claramente cómo el papá de Madi lo carrereaba para que no se le hiciera tarde. Al salir nuevamente, Marcel vio la tienda… ¿qué estaba pasando?

Se fijó en que las cosas estuvieran en el mismo lugar. Como el árbol de maple que olía tan rico frente a su ventana, o el buzón frente a la sala de la casa de Madi, todo seguía en el mismo sitio. Era como si la calle se hubiera alargado.

Justo en ese momento, Madi salió de su casa, siempre se iban juntos a la escuela y, le pasó exactamente lo mismo que a Marcel… Los dos se pararon frente a la tienda y vieron en la puerta a un hombre que vestía traje de levita, sabían que era, porque se habían reído mucho cuando vieron las fotos del bisabuelito de la mamá de Madi, (para ustedes que no lo saben, es como un saco, pero con cola de pato). Después no pudieron recordar si era alto, bajo, gordo, flaco. Únicamente como iba vestido.

Como se les hacía tarde para la escuela, se fueron corriendo. Decidieron no contara nadie en la escuela sobre la tienda y el hombre de levita, les iban a decir que eran o muy despistados o, muy locos.

El regresar en la tarde. Los dos continuaban ahí, tienda y hombre.  Se asomaron a través de la ventana y, lo vieron sacudiendo estantes.

La curiosidad les ganó.

Era un bazar. Con muñecas viejas, jaulas oxidadas, tazas despostilladas, libros sin cubierta, mecedoras desgastadas. Todo lo que te imagines seguro ahí estaba.

Cada objeto tenía una etiqueta con nombre y apellido.

El hombre se acercó, les preguntó su nombre.

— Seguro quiere saber si buscamos algo, — dijo Marcel.

— No, ¿cuál es su nombre? — repitió.

Se lo dieron.

Caminó a la derecha. Después de una mecedora marcada Rosa María Andrade desapareció.  Lo siguieron y descubrieron un pasillo muy largo.  Al final de él, se detuvo, les hizo una seña.

— Esto es tuyo —, le dijo a Madi, al tiempo que le daba una caja de crayones.  — Y esto es tuyo —, dándole una caja de zapatos a Marcel, luego se fue.

Madi abrió la caja de crayones, la volteó en su mano y… — ¡Es la moneda de la suerte de mi abue!, me la dio antes de morir, la había perdido…

Marcel abrió la caja de cartón, — ¡Zácatelas! ¡La changuita de mi tía! Era su juguete preferido, me lo dio y ¡también lo había perdido!

Al salir, en la puerta de la tienda estaba el hombre ni alto ni bajo, ni gordo ni flaco, pero que usaba un traje de levita.

— ¿Cómo los encontró? — preguntó Marcel, asombrado.

— ¿Cómo podemos pagarle? — preguntó Madi, preocupado.

— Los recuerdos no tienen precio — les dijo el hombre, piensen en eso cuando alguien les dé algo, les están regalando recuerdos… viejos, los de ellos con el regalo, nuevos, los que ustedes van a crear… un día me entenderán.