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Anna Guarró

¡Pascua, Pascua, ya viene la Pascua!

Así que Lazy, levántate y ayuda. Hay que ir con los pollitos a recoger los huevos para rellenarlos y pintarlos, le dijo mamá Bunny.

Pero Lazy Bunny es una conejita que no podía. Estaba toda desguanzada (que es estar súper flojita).  No importaba que se lo pidiera su mamá o papá, su destino no era pintar, ni repartir ningún huevo de pascua (no tenía dedos y sus patitas eran pequeñas). No era que no quisiera, simplemente, su cuerpo era perfecto para otra cosa… únicamente tenía que encontrar esa cosa.

Un día que trataba de ayudar, iba caminando con una canasta de huevos recién pintados, cuando: zap, zep, zip ¡PAZZZZ! Tropezón y sentón. Todos los conejos y pollitos corrieron a ver si estaba bien, y la verdad sea dicha, también a revisar cuántos huevos se salvaron del sentón. Pero ¡Bunny y los huevitos estaban bien! El cuerpecito flojo y suavecito de Lazy los ayudó.

El Domingo de Pascua, todos los conejos y pollitos se pusieron a trabajar en la madrugada. Todo tenía que estar listo para cuando los niños y niñas salieran a buscar su abundancia para todo el año (eso es lo que significa el huevito, y es mucho mejor, si es de chocolate, ¿no creen?).  A diferencia de todos los años anteriores, Lazy Bunny fue con ellos, pero, sin que nadie se diera cuenta, se escondió en unos arbustos de flores a esperar a los niños.

Los niños salieron corriendo.  Buscaron y encontraron rápido sus huevitos, pero nunca vieron a Bunny… seguro se había escondido muy bien. De repente, un bebito llamado Madi vio el color de la conejita entre las ramas, e hizo algo que nunca había hecho, gatear hacia esa mancha que se movía.

Madi descubrió a Lazy.  Desde ese momento son inseparables.

Lazy Bunny encontró para que era perfecto su cuerpo… para ser abrazado y acompañar a Madi en sus aventuras y sueños cada noche.