Anna Guarró
Bianca es una pequeña como tú. Hermosa, llena de magia e imaginación, pero… no es parte de El Pueblito en las Montañas
El Pueblito sólo puede ser encontrado y, entrar a él, por quienes viven ahí.
Por eso, siempre la han llevado sus amigos. Le encanta comerse un pan con chocolate en la Panadería Bunny, ir a la biblioteca o, simplemente ir de día de campo a la orilla del Lago de la Luna.
La dejan ir a todos los lugares, excepto a uno, el Bosque de las Brujas Sabias. Le explicaron que no es por ser malo, sino por ser peligroso… las dos cosas no son lo mismo. Por ejemplo, si tomas una taza de agua caliente no es malo, pero es peligroso, porque te puedes quemar muy feo. Eso pasa con muchas cosas. Regresemos al Bosque de las Brujas Sabias. No es malo, porque las brujas que ahí vivían hace muchísimos años, eran buenas, — Annyanka es su descendiente, o sea, su tatara tatara tatara nieta —. Es peligroso, porque todo ahí es mágico y, nunca sabes cómo va a reaccionar o qué tan fuerte lo hará, — por ejemplo, un poco de chocolate es buenísimo, pero mucho, hace que te duela la panza —.
Como es tan peligroso, sus amiguitos mágicos le dijeron que la van a llevar en uno o dos años más, porque le gusta correr y, tocar todo… justo lo que no debes hacer.
Bianca se fue a quedar un fin de semana a El Pueblito. Como ella quería ir a la biblioteca y, sus amigos, nadar en el Lago de la Luna, se separaron. No sabía cómo llegar, le explicaron muy bien por dónde ir y, por dónde no. Al salir de leer, fue a buscarlos, pero cuando llegó al lugar donde tenía que irse por el camino de piedras y, no por la vereda con árboles, se fue por la vereda. ¿Por qué?, porque le dijeron, que ese camino llevaba al Bosque de las Brujas Sabias… ¡no podía dejar pasar la oportunidad!
Supo de inmediato cuándo entró al Bosque. El musgo de las piedras brillaba; el tronco de los árboles era como el arcoíris, con hermosas flores rojas, olían delicioso, como el té que su mamá le hace cuando se enferma de la garganta y, la pomada que le pone en el pecho, Eucalipto… así le llamaba ella; había flores, dando luces de color, colgando por todas partes.
Ya estaba anocheciendo y, ella no quería salir. Todo le llamaba la atención. Quería llevarse a casa una flor de aquí, otra de allá, algo de musgo, un pedacito del árbol eucalipto arcoíris… sus bolsillos estaban a punto de reventar. De repente, vio un hermoso hongo fiusha con rayas azul eléctrico, por supuesto, pensó que era muy buena idea llevarle uno a su mamá. Al agacharse a tomarlo, un lobo gigante, negro, con enormes colmillos, salió de entre los árboles.
Bianca se quedó inmóvil, sin saber qué hacer, para dónde ir, el corazón le brincaba tanto, que parecía quería salir corriendo de ahí. El lobo se le acercó, le olió la cabeza. La pequeña seguía quieta, sin pestañar siquiera. El lobo alzó la cabeza para ver la luna, Bianca alcanzó a ver algo rojo en su pecho, pensó que era sangre, pero se fijó bien… era su corazón.
El enorme animal negro bajó la cabeza y, comenzó a olisquearla, ella pensó que se la iba a comer. Pero el hocico se acercó a la bolsa, donde estaba un tipo raro de musgo morado. Con mucho cuidado, Bianca lo sacó y, se lo enseñó. El lobo aulló, pero al hacerlo, la pequeña volvió a ver el corazón palpitando. No pregunten cómo, seguro que la magia de El Bosque de las Brujas Sabias tuvo algo que ver, pero ella supo que debía poner el musgo sobre el corazón del lobo. Cuando lo hizo, el animal se empezó a hacer chico, a cambiar de color y, a ponerse en dos patas. Bianca seguía sosteniendo el musgo en el pecho, ahora mucho más chico. Ya no era un lobo negro, se estaba convirtiendo en una hermosa perrita blanca, de su mismo tamaño.
— ¡Muchas gracias! Llevo días así y, no he visto a nadie para que me ayude — le dijo la perrita.
Fijándose bien, vio que tenía las huellas y, adentro de las orejas, rojas, así como el corazón, marcado en el pecho.
— De nada, ¿qué pasó, quién eres, cómo te convertiste en lobo…? — tenía tantas preguntas que, no les pudo poner palabras.
— Soy Elia. Annyanka me hizo con un cachito de su corazón, por eso lo llevo en mi pecho — comenzó a contarle —. Pero por andar de curiosa, igual que tú, agarré ese mismo hongo y…
— ¿Quieres decir qué me hubiera pasado lo mismo! — Bianca estaba asustadísima —.
— Algo parecido, por eso, en cuanto te vi agacharte a recogerlo, tuve que pararte. Lo bueno es que traías el antídoto, yo no podía ponérmelo en el corazón.
— ¿Será por esto que no querían que viniera a El Bosque? — preguntó Bianca.
— Seguro, hay muchas cosas extrañas aquí. Pero… — Elia se dio cuenta que no sabía quién era la niña, ni qué hacía ahí —, ¿Y tú?
— Soy Bianca, a veces vengo de visita — y, añadió con pena —, siempre me han dicho que no debo entrar a El Bosque… ahora no sé cómo llegar a El Lago.
— Te llevo, así sirve que me doy un buen chapuzón.
Se fueron hablando, conociéndose, como las mejores amigas en las que se habían convertido. Hay una magia muy especial cuando alguien ayuda a otro.
Por supuesto, ya sabemos qué hicieron mal y, bien, Bianca y, Elia… ¿verdad?