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Anna Guarró

Es la historia de dos hermanitos, que aquí vamos a llamar Bianca y Tommy.

Viven en un bosque, como a cuatro horas del Palacio del Rey.

Son muy pobres, tanto que ya no tienen para comer… ya se acabaron las gallinas, por eso no tienen huevos, se comieron todo lo que cosecharon, no guardaron nada para sembrar.  Se administraron muy mal.

El papá tuvo la nada brillante idea, de llevar a sus hijos y dejarlos cerca del Palacio, para que el Rey los recibiera y cuidara, creía que eso era preferible a tener hambre.

Bianca escuchó todo, le dijo a Tommy que juntara piedritas para tirar por el camino y, así poder regresar a casa.  Pero Tommy es chiquito, las piedras le pesaban mucho, en su lugar, desmigó un pan duro que encontró en una esquina.

A la mañana siguiente, los despertaron de madrugada con el pretexto de buscar comida en el bosque y, se adentraron en él.  Tommy iba tirando las migajitas del pan.  Después de mucho caminar, estaban muy cansados, el papá los acostó a descansar, cubrió con una manta, les dio un beso y se fue llorando.  Él estaba seguro que era lo mejor.

Cuando Bianca y Tommy se despertaron, estaban solos en el bosque. Bianca le dijo a Tommy que buscaran el caminito de piedras, pero había tirado migajitas… los pájaros se las habían comido y, buscando el caminito, se perdieron en lo profundo del bosque.  Pero de repente, a lo lejos, vieron humo, al acercarse, vieron una hermosa casa tan colorida que parecía hecha con dulces.

Hasta aquí se parece al cuento de los Hermanos Grimm, pero ahora, como la Tía Anna quiere a las brujas y cree que la magia es buena, sí se usa para bien, va a cambiar la historia.

Los pequeños tenían mucha hambre y, pensaron que la casa estaba hecha de dulce, pero al morder la pared, casi se rompen los dientes.  Escucharon la risa de una niña, al voltearse se dieron cuenta que era una brujita… se asustaron mucho, siempre les dijeron que las brujas eran feas y malas, pero la pequeña era una niña muy dulce.

— ¡A quién se le ocurre morder una pared? — dijo la pequeña riendo.

— No te rías, tenemos mucha hambre — dijo Bianca.

— Tu casa tiene tantos colores que pensamos era de dulce — continuo Tommy.

— ¡Una casa de dulce! Buen atracón se llevarían las hormigas, abejas y todos los bichitos — respondió la brujita — ya no tendríamos casa. A todo esto, ¿qué hacen aquí y quiénes son?

— Somos Bianca y Tommy, estamos perdidos y, como te dijimos, tenemos hambre. Tu, ¿quién eres?

— Soy Annyanka, estoy de visita con mi tía Anacleta, que vive aquí. Pasen a comer y descansar. Así nos cuentan qué les pasó, para poder ayudarlos.

Entraron y conocieron a la Tía Anacleta, una bruja muy, muy, MUY, viejita. Medio despistada murmuraba sobre flores y mieles al moverle al caldero.

Aquí fue cuando los niños se asustaron mucho, la tía era la viva imagen de lo que pensaron siempre de las brujas malas, pero todo eso cambió en cuanto la tía Anacleta se volteo… su cara era como la de su abuelita.  En cuanto la tía supo que estaban hambrientos, les hizo un delicioso desayuno, mientras escuchaba cómo habían llegado hasta su casa.

La verdad, la bruja Anacleta tenía un carácter muy tranquilo, pero en cuanto se enteró de todo lo que habían pasado los niños, sacó truenos y centellas (que son rayos). Annyanka la calmó.

— Cierto tía, que no fue lo mejor, pero sus papás debían estar desesperados para hacer eso.

— Bueno, lo primero es lo primero — dijo la bruja — terminen de desayunar, en lo que preparo algo para sus papás.

Los niños la vieron con miedo, pero Annyanka se rio.

— No va a ser fácil para ellos, pero los va a ayudar.  La tía tiene corazón de pollo. Le encanta ayudar a los demás, su especialidad es buscar cura para enfermedades, pero, creo que ahora va a dar un curso sobre algo muy necesario.

En cuanto terminaron de desayunar, todos ayudaron a poner cosas en costales. Cuando estuvo listo, lo amarraron a las escobas mágicas. Tommy se subió con Annyanka, Bianca con la tía Anacleta y, ¡a volar se ha dicho! Directo a casa de los niños.

Encontraron a los papás llorando, preparándose para salir a buscar a sus hijos. ¡Imagínense el susto al verlos llegar volando con unas brujas!

La tía Anacleta dejó que se abrazaran, pero, no bien acababan de relajarse, la bruja mandó a los niños a jugar.  Tenía que hablar muy seriamente con los adultos.

Por supuesto que los regañó, no debió ser fácil ver a una bruja enojada, pero sabían que lo merecían.

Ya más calmada, les dio los costales con semillas, comida, ropa… todo lo que necesitaban.  Chifló, y del bosque salieron un par de vacas, 10 gallinas y un gallo.

Luego, comenzó lo más difícil, las clases sobre cómo administrarse, no gastarse las cosas, hacer crecer su granjita.  Les costó trabajo, pero con ayuda de la tía Anacleta, que les caía de sorpresa de tanto en tanto, aprendieron las lecciones.

Annyanka pasó todas las vacaciones jugando con Bianca y Tommy.

Humanos y brujitas ahora son amigos… ven, la versión de la Tía Anna es más divertida, ¿no?