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Anna Guarró

Mateo llora todo el tiempo.

Mateo es un nene chiquito, tiene 6 meses.

Sus papás lo llevaron con la doctora.  Ella lo revisa boca arriba, lo revisa boca abajo, lo revisa sentadito, lo revisa paradito, lo revisa de cabeza, hasta que se da cuenta… no le ha salido ningún diente.

Mateo no juega, no sonríe, nada mas llora.

Martin Souris, el ratoncito de los dientes, escuchó sobre el pequeño Mateo.  Está seguro que él puede ayudarlo.

En la noche, con cuidado para que nadie lo vea, entra a la casa.  Va directo a la cuna de Mateo, se le acerca a la carita y lo despierta con un toque de nariz a nariz.

Martin de inmediato sabe cuál es el problema. ¡Mateo tiene atorada la imaginación!  Por eso no le ha salido ni un solo dientecito.

Les platico.  Los dientes de leche, los primeros que les salen a los niños, son mágicos.  Los ayudan a imaginar, crear y crecer.  Si no les salen, no brota la imaginación.  Es una fuente de arcoíris que nada mas ven los pequeños, gracias a sus dientes de leche.

Bueno, pues como a Mateo todavía no le salían los dientes, la imaginación estaba atorada.

Martin agarró el chupón de Mateo y se lo llevó corriendo a Carlota.

Carlota es una niña hada, es la persona mágica perfecta para ayudar al pequeño.  Ella le echó del polvito de sus alas, porque como era una niña, sabía exactamente la cantidad que necesitaban ponerle al chupón.

Carlota cargó a Martin y se fueron volando con el pequeño.  Le pusieron el chupón en la boquita y comenzaron a bailar a la luz de la luna para activar los polvos mágicos.  Cuando Mateo sonrió, supieron que habían tenido éxito.

Al escuchar las carcajadas, los papás llegaron corriendo.  Estaban tan felices de ver el primer dientecito de Mateo, que no se dieron cuenta del revoloteo de las alas al salir, ni del ratoncito que se escapaba.

Afuera, Martin y Carlota se reían con Mateo, porque no hay nada más contagioso que la risa de un niño.