Anna Guarró
Madi Koala quiere conocer la nieve.
Pero no la de limón, si no la que cae del cielo y cubre todo de blanco. Como lo había visto en la tele. Donde vive, todo el año hay calorcito. Es maravilloso vivir así, piensa, excepto en Navidad.
Quiere vivir una Navidad nevada. Jugar en la nieve, tirarse bolas heladas, tomar ponche, estar frente a la chimenea.
Les voy a contar un secreto… a nuestro koalita no le gusta estar solo y, le encanta que lo abracen. Madi pensaba que en los lugares más fríos, iba a estar más abrazado más que nunca.
En eso tenía razón. No hay nada más rico y calientito que un abrazo, como esos fuertes y largos que da mamá.
No vayan a pensar que en Australia, de donde viene Madi Koala, no hay Navidad, ¡claro que hay!, pero él quiere una que sea Blanca.
Pensaba en eso mientras estaba quitecito, abrazado del tronco del árbol de Navidad, cuando ¡PUFF!, llegó alguien pequeñito, vestido de rojo. Era una niña, de largas trenzas, con gorro en pico tejido, como si viniera de un clima muy frío. Ella no lo vio, pero Madi sí. Se dio cuenta que era una duende, mejor dicho, una duendecita, porque apenas era más alta que él. La duendecita abrió una bolsa de chocolates que estaba en la mesa de la sala, se metió hasta el fondo y comenzó a comérselos.
Justo en ese momento, llegó Diego. El pequeño niño, amigo de Madi, llegó buscando por todas partes. Se paró de golpe al escuchar crujir la bolsa. Cuando vio salir a la duendecita con la boca manchada de chocolate, corrió hacia ella, pero a punto puntito de agarrarla… ¡PUFF!, desapareció.
Los papás le dijeron a Diego que seguro mañana regresaba, pero también, que la duendecita le avisaba a Santa cómo se estaba portando. Diego puso cara decidida, la iba a encontrar y se iba a portar bien.
Madi bajó del árbol, Diego lo abrazó y se fueron a jugar.
Al día siguiente, el koalita estaba en la cocina cuando la duedecita apareció. La saludó. Ella se sorprendió, pero no desapareció. Se presentaron. Madi y Allip. Ella se fue a hacer la travesura del día a Diego. Se estaba tomando su agua cuando llegó.
Cada día se hacían más amigos. El koalita le contó su sueño, pasar una Blanca Navidad. Allip se quedó callada pensando. Era posible, le dijo, porque los dos eran mágicos.
Se abrazaron y en menos de un ¡achú!, estaban en un bosque nevado. Allip desapareció diciendo que tenía mucho trabajo. Al principio Madi, se revolcó en la nieve, hizo bolas con ella. Pero se dio cuenta que estaba solo, no tenía a Diego. No le gustó. Además tenía mucho frío, eso tampoco le gustó. Allip apareció. Lo llevó a una tienda, desde la ventana veía la nieve. No tenía frío, pero seguía solo, sin Diego. La duendecita lo llevó a hoteles, restaurantes, casas, pero Madi extrañaba cada vez más a Diego.
En menos de dos días, el koalita le pidió lo llevara a su casa. Necesitaba calor, pero más que nada, necesitaba a Diego con sus hermosos y cálidos abrazos llenos de amor. Allip lo llevó de regreso.
Madi descubrió lo importante que es estar con el mejor abrazador, su amigo Diego, sin importar el lugar.
Aunque, eso no impidió que Madi ayudara a Allip para hacerle travesuras a Diego.