Anna Guarró
Hay un castillo viajero que parece como cualquier otro, tiene torres, foso, puentes y calabozos.
No hay humanos. Ahí viven hadas, duendes, gnomos, fantasmas, y todas las criaturas mágicas que te imagines. Lo protegen dos dragones.
Además de las criaturas mágicas, sólo los gatos, búhos y murciélagos lo ven. No sé por qué lo pude hacer yo
Era de noche, muy noche, casi casi de mañana, cuando comencé a ver que las casas se empezaron a juntar unas con otras. Un pequeño terreno vacío comenzó a crecer tanto que dejé de ver las calles. Al salir el sol iban surgiendo paredes, árboles, torres.
Estaba en medio del patio. De repente apareció un dragón blanco de grandes alas. Me quise esconder, pero al dar la vuelta vi otro, uno rojo, con cuatro pequeñas alas.
En el centro brotó una fuente. Poco a poco, con mucho cuidado, fui a ella y me senté, tratando de parecer una estatua, para que nadie me viera.
Por ahí pasaban todo tipo de personajes: pequeños, grandes, con alas, peludos, con cuernos, con hojas, troncos arrastrando raíces, fantasmas. Platicaban entre sí, se saludaban como viejos conocidos entrando a una fiesta. Cuando ya dejaron de llegar, el puente se elevó, y el portón se cerró.
La puerta principal del castillo se abrió y la curiosidad me ganó, entré.
En el vestíbulo estaban todas las criaturas mágicas. Algunas las había visto en libros de leyendas, en cuentos de hadas, en historias de terror, otras eran nuevas para mí. Todas callaron en cuanto entré. Se acercó la más joven, traía un báculo — que es un bastón grandote — lleno de flores, tenía pasto en lugar de pelo, sus ojos eran enormes, me llevó junto a una chimenea, donde comí y bebí — que buena falta me hacía — mientras me contaba muchas cosas.
De lo que me dijo, hice la promesa de no contarlo, así que me disculparán si me lo guardó.
Les repito, ¿Por qué los pude ver?, nunca lo sabré.
Pasé todo el día con ellos y, cuando se hizo de noche, muy noche, casi casi de mañana, salí al patio y comencé a ver que las casas se empezaron a separar. El terreno vacío se achicó y comencé a ver las calles. Al salir el sol iban desapareciendo paredes, árboles, torres. El castillo se despintó.
La fuente quedó por unos segundos a mitad de la calle, como despedida final.