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Anna Guarró

Kae Bunny y su familia se cambiaron de la Gran Ciudad al Pueblito en las Montañas justo después de la Pascua, hace casi un año.

Pusieron una pastelería en el centro con mesas y cómodos sillones. Regalan chocolate caliente al que compre pan, para que todos se junten a platicar y compartir.

De repente, los Bunny comenzaron a abrir tarde y cerrar temprano. Además, aunque siempre participaban en todas las fiestas: navidad, día de la amistad, el inicio de la primavera, y las que te puedas imaginar, no habían querido hacer nada para Pascua; ni los panecitos rellenos de chocolate, o las donas cubiertas con chocolate, o sus famosos pasteles de… chocolate, adivinaron.  Los Bunny eran expertos en el chocolate, por eso, todos pensaron que iban a ser los primeros en apuntarse a la celebración de la Pascua… pero no.  Al contrario, cada vez los veían menos.

Kae dejó de jugar con sus amiguitos en el parque después de clase, y siempre llevaba las tareas con huellitas de chocolate y pintura.

Llegó un momento en que los Bunny dejaron de abrir la pastelería y nada más veían a Kae llegar e irse corriendo de la escuela.

El viernes antes del domingo de pascua, Kae llegó llorando a la escuela.  Todos lo rodearon para preguntarle, y Kae finalmente, entre sollozos, contó el secreto de la familia.

Los Bunny son los conejos de pascua.  De generación en generación, de tatarabuelos a tataranietos, se han pasado los moldes originales de los huevitos de pascua. Pero con la mudanza de la Gran Ciudad al Pueblito en las Montañas, los moldes se rompieron y han tenido que hacer los huevitos a mano, ¡cada uno! Además de envolverlos y decorarlos… no van a poder cumplir la demanda de éste año, ¡muchos pequeños no van recibir huevito de chocolate!

Había voces de sorpresa, incredulidad, miedo, tristeza, enojo… cada uno sentía de manera diferente lo que había escuchado. Kae se subió en una silla y arañó el pizarrón, todos voltearon a verlo.

— Para los gritos hay tiempo después, ahora hay que salvar la Pascua.

En menos de lo que salta una rana, la campanilla de la pastelería tocaba sin parar, tanto así que Abue Bunny salió echando sapos y culebras, con el delantal lleno de chocolate. Al abrir la puerta se llevó la sorpresa del siglo, qué digo del siglo, ¡de los siglos! Atrás de Kae – que debía estar en la escuela – estaba todo el pueblo. Con cara de “me van a regañar, pero no pude más”, Kae le dijo a Abue que no había podido quedarse callada.

Abue suspiró, vio que unos venían con ollas, palas, revolvedoras, otros con las manos vacía, pero todos con el delantal puesto y cara de salvar la pascua. Sin decir nada caminó hacia la pared, movió el cuadro a la derecha, apachurró un ladrillo y ¡ZAZ!, desapareció la pared y apareció un jardín enorme, donde todos los Bunny estaban trabajando con caras de desesperados.

Aprendieron muy rápido. Aunque con algunos detalles, la producción se completó, la pascua se salvó y nacieron muchos conejos de pascua honorarios.

Así que si éste año te toca un huevito algo torcido, mal envuelto, con la pintura corrida, o cualquier detalle raro, se lo puedes agradecer al Pueblito en las Montañas.

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