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Anna Guarró

La noche llegó a El Pueblito en las Montañas, pero hay tormenta afuera.  Llueve, truena y centellea.

Marcel, un león muy arreglado, se está quedando con la tía Anacleta, porque su papá es el alcalde de El Pueblito… tiene que estar al pendiente de todo y, su mamá lo ayuda.

Marcel tiene miedo, la luz se fue y, tuvieron que prender una vela. Es negra, no blanca, como las que hay en su casa, la tía le explica que es para absorber la oscuridad y, que ellos estén más tranquilos.

Pero sigue nervioso, por eso le pide a la tía que le cuente un cuento, para distraerse.

La tía comienza…

En la noche, cuando te duermas al rato, vas a encontrarte con tus amigos… Marcel la interrumpe — No quiero dormir, tengo miedo —.

No me interrumpas, me haces perder la idea. ¿En qué iba? ¡Ah! Te reúnes con tus amigos y, se van a hacer pequeñitos, diminutos.

Van a hacer un pueblo, nada más para ustedes, donde pueden ir cuando duerman en noche de tormenta.

¿Te acuerdas de las estrellas que les ponen en la frente, cada vez que se portan bien? Con ellas van a crear el cielo. Con brillantina, las calles; con la madera de los lápices, de cuando les sacan punta, sus casas, ¡imagínate los colores que van a tener!

Les voy a dar pelo de mi gata Morgana, para que tejan cobijas y tapetes. Con el pelo de tu papá, que tiene una gran melena, pueden coser los disfraces para sus juegos.

— ¡Mira tía! La vela blanca está pegadita a la negra — la interrumpió Marcel —, además, parece que se está prendiendo.

— Es que están enamoradas y, quieren ser usadas al mismo tiempo, para que se acaben juntas — le dijo la tía Anacleta.

— No entiendo, las velas no tienen sentimientos — en ese momento, la blanca dio un flamazo.

— Una vela común, no. Pero ellas son mágicas. Las uso nada más cuando es necesario, porque, aun cuando las separo, siempre se juntan, como ahorita.

— ¿Para qué sirven? — preguntó Marcel, mientras las veía.

— Han estado en mi familia por muchas generaciones. Nunca supe quién las hizo.  Pero, la negra, como te conté, absorbe la obscuridad, que no es nada más lo negro de la noche, también es el miedo, el dolor.

— ¿Y la blanca?

— Tranquiliza, te ayuda a solucionar problemas. Da luz.

— ¿Cómo sabes que están enamoradas? — preguntó muy intrigado Marcel.

— Fíjate bien en ellas…

— ¡Tienen caras! — gritó Marcel, medio asustado, medio asombrado —, se ven tristes.

— Si, saben que se van consumiendo cuando se prenden.  Por eso llegó la vela blanca… quieren acabarse juntas.

— Vamos a apagarlas — le dijo muy serio Marcel a la tía Anacleta.

— ¿Seguro?

— Si. Ya me voy a dormir… pero, ¿puedes darme las estrellitas, diamantina, los lápices de colores y, el pelo de Morgana?

La tía Anacleta lo tapó y, le dejó todo lo que quería junto.

— Tía, ¿puedes quedarte conmigo hasta que me duerma?

— Claro, mi niño.

La tía acercó su mecedora y su tejido. Apagó las velas, ahora sonrientes y, se puso a trabajar. El sonido de su vaivén, arrulló a Marcel, que volaba rumbo al pueblo que iba a construir con sus amigos.

¿Cómo puede tejer la tía Anacleta sin luz? ¿No se acuerdan que es una bruja? Las brujas lo pueden todo.