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Anna Guarró

Pronto va a ser la gran fiesta de El Pueblito en las Montañas y, todos están preparando su participación especial.

Annyanka, nuestra brujita de cabecera, decidió encargarse de los fuegos artificiales. Pero tenían que ser súper especiales, porque los tronidos lastimaban los oídos sensibles — sobre todo de los animalitos — y, los espantaba mucho, haciendo que se escondieran temblando y llorando.  ¡Por supuesto que eso no iba a suceder siendo ella la encargada!

Decidió que lo mejor eran luces espectaculares, pero silenciosas y, sin olor a pólvora quemada — con eso se hacen los fuegos artificiales —, que hacía que todo oliera peor que un pan chamuscado.

Su tía Anacleta, una divertida bruja que sabía muchísimo de plantas raras, le dijo que, en el Bosque podía encontrar algo que la ayudara.

Se refería al Bosque de las Brujas Sabias… ¿Quieres saber dónde lo puedes encontrar?, junto al Lago de la Luna. Tiene árboles de eucalipto llamados Arcoíris, musgo fosforescente, flores que cuelgan de los árboles iluminando el camino, cuando pasas debajo de ellas. Por supuesto ahí viven todos los seres y animales fantásticos que te imagines… hadas, unicornios, por decirles algunos. Se llama De las Brujas Sabias, porque ahí vivían ellas, antes de fundarse El Pueblito y, es conocido porque ahí puedes encontrar lo que necesitas.

Pues Annyanka necesitaba algo especial, por eso siguiendo el consejo de su sabia tía Anacleta, al bosque se metió.  No es un bosque que dé miedo, ya les dije que el musgo brilla y, las flores se prenden para alumbrar el camino que debe seguir, para encontrar cómo hacer las luces que brillen en la fiesta de El Pueblito.

En medio del bosque, se encontró con Carlota Feé, la pequeña hada.

— ¡Annyanka! Nunca te había visto tan adentro del Bosque… ¿qué te trae por aquí? Carlota vive en un hermoso sauce llorón con su familia, cerca de ahí.

— Estoy buscando hacer algo especial para el día de El Pueblito. Me encantan los fuegos artificiales, pero me duelen los oídos con los tronidos, mi gatita se esconde llorando entre mis suéteres y, todo huele a pan tatemado. — Le contestó nuestra querida brujita.

— ¡Tienes razón! ¡Qué buena idea! A mí también me gustan y no, por lo mismo que a ti — le dijo Carlota —, te acompaño, quiero ver qué te dice el Bosque de las Brujas Sabias.

Las flores las llevaron al Eucalipto Arcoíris más antiguo, los mayores decían que con él había comenzado el bosque. Alrededor de él había hongos de muchos colores; azules, morados, negros, rosas, cafés, amarillos… pero todos se fueron haciendo chiquitos y se quedaron sin color, para que sobresalieran unos hermosos hongos de tronco blanco, sombrilla roja como manzana con muchas manchitas, también blancas.

Annyanka y Carlota se quedaron viéndolas.

— ¿Qué se supone que haga con ellos? — preguntó Annyanka.

— El Bosque te trajo a ellos, por algo será — le respondió la hadita — ¿por qué no le preguntas a la tía Anacleta?

Cuando se acercó a recoger uno, el árbol dejó caer unas hojas grandes, pero Annyanka no les hizo caso, así que, cuando tomó uno de los hongos, éste salió disparado de sus manos, como si fuera un cohete, voló alto, muy alto, hasta que explotó, formando un hermoso hongo gigante, hecho de miles de lucecitas, iluminando el cielo, todo en completo silencio y, con un delicioso olor a fresco eucalipto.

Carlota y Annyanka brincaron de contento. Cuando Carlota quiso tomar otro hongo rojo con lunares blancos, el eucalipto arcoíris volvió a soltar hojas… Carlota no hizo caso y, lo cogió. En cuanto sus dedos lo tocaron, se convirtió en cohete, para convertirse en una esfera de lucecitas rojas, sin tronidos y, con mismo olor de antes.

Cuando Annyanka se volvió a acercar al hongo y, el eucalipto soltó otras hojas, la brujita hizo caso de lo que le quería decir el árbol: “No los tomes con la mano, sino con una de mis hojas”.

Annyanka ya sabía qué tenía que hacer… recolectar los hongos el día de la fiesta.

Mientras tanto, Carlota la invitó a su casa a una pijamada.