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Anna Guarró

Madi se levantó muy temprano, sin saber que iba a conocer a un nuevo amigo.

En cuanto se bajó de la cama, se asomó por la ventana. Le alegraba ver salir el sol. No se dio cuenta que todavía faltaba un buen rato, porque se había despertado más temprano que de costumbre. Por eso pudo ver a una sombra moverse, estaba caminando por la calle rumbo al mercado.

Intrigado (palabra elegante para decir curioso), se puso sus pantalones y salió corriendo.

Le costó trabajo encontrarla, la sombra era muy hábil para esconderse.  Se pegaba a las esquinas de las casas, debajo de los árboles.

Hasta que Madi se acordó que todas las sombras siempre tienen dueño y, dependen de la luz para verse chiquitas o grandotas, amigables o aterradoras.

Su juego favorito es crear personas, animales, objetos, monstruos.  Todo con ayuda de una linterna, sus manos y una pared –– ¿has jugado así? ––.  Eso le sirvió para seguir los pasos del dueño de la sombra.

Cuando llegó al mercado, ya no había escondite.  Estaban en una plaza. El misterio quedó develado –– descubierto, ¡cómo en película de detectives! La sombra era de un pequeño osito que llevaba un gran bulto en las manos.

Madi se le atravesó, porque hasta entonces creía conocer a todos los del Pueblito en las Montañas. El osito se asustó y tiró el bulto, eran muchos pescados.

Los dos se agacharon a recogerlos, Madi se dio cuenta que el pequeño era muy tímido.

— ¡Hola! Soy Madi. ¿Por qué no te había visto antes? — Le preguntó — ¿Cómo te llamas? Insistió.

Por fin el osito encontró su voz…

— Sinnombre

— ¿Qué, cómo, por qué? Madi quería saber todo

— Voy a entregar el pescado y si quieres, te cuento.

— ¡Pero claro que por supuesto que sí!

Cuando Sinnombre regresó se sentaron en el piso a platicar.

— Vivo en el río que está entre El Pueblito y las Montañas, traigo pescado fresco todos los días. Tengo una cabañita con una hermosa vista a las montañas, al pueblito y, estoy muy cerca del …

— ¿Por qué no te he visto antes? Interrumpió Madi.

— Las primeras veces que venía se me quedaban viendo raro, hablaban sobre mí, me señalaban.  Los grandes apartaban a los chiquitos.

— ¿Por qué? No entiendo. Dijo Madi muy extrañado.

— Por cómo soy, cómo me veo… mi piel. Sinnombre se puso muy triste.

— Sí eres un osito normal; caminas, hablas… como todos.

— Fíjate bien, ya va a salir el sol y, seguro en cuanto me veas bien, vas a hacer lo mismo que todos.

— ¿Por qué no te esperas a ver qué sucede, en lugar de pensar por mí? Madi estaba algo molesto.

El sol comenzó a aparecer poco a poco, iluminando a El Pueblito en las Montañas.  Cuando la luz llegó a la plaza, Sinnombre estaba muy incómodo… estaba en el centro, en el día, ¿qué iba a pasar?, lo iban a ver.

Madi lo vio bien de frente, se levantó y lo vio por atrás.  Le subió los brazos, revisó las orejas, pero seguía con cara de “no entiendo nada”.

— No veo nada raro en ti. Madi dijo muy seguro.

— Mi piel está llena de manchas, tengo muchas por todo el cuerpo — Sinnnombre tampoco entendía nada, ¿Madi estaría viendo bien? — Todos dicen que eso está mal, añadió.

— ¡Puff! ¡Qué tontería! Eso no te hace malo ni raro, mejor dicho, eres único. Exclamó Madi.

Sinnombre no sabía qué pensar o hacer. El pueblo estaba saliendo a la calle, los veían y señalaba. Quería salir corriendo a su cabaña y llorar.

Pero Madi fue a la fuente y se paró en lo más alto, para decir con voz fuerte y clara.

— Les presento a Amigo, es quien nos trae cada día el pescado.

Los amigos de Madi se acercaron. Se enteraron que el osito vivía junto al río y, se invitaron a conocer su cabaña.

Ya no era sin nombre, era Amigo, amigo de todos.

¿Cómo le hubieras puesto tu a Sinnombre?