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Anna Guarró

A Bianca le encanta viajar. Su tema favorito, es la historia, dice que no es otra cosa que descubrir sobre la vida, y si, un poquito de chisme.

Así conoció a Don Rosaliano. Él vive en una hacienda del norte de México, una hacienda es una casa gigante en el campo, con muchisísimo terreno para tener animales y sembrar muchas cosas.

Don Rosaliano le comenzó a contar…

El dueño no era mala persona, pero, no era muy entendido en cuestiones de trabajar y mucho menos de labrar. Eso sí, tenía algo que los demás no… hablaba con los fantasmas, ¡cómo lo escucha mi niña! desde chilpayate.  Nadien le creía hasta que empezaron a pasar cosas.  Como cuando se prendía la chemenea solita, o los muebles cambiaban de lugar.  Cuando eso pasaba, el niño Javier decía que era por los fantasmas, que los divisaba y podía calmarlos.

Paso el tiempo, y al siñorito lo llamaban de todas partes del país pa’que juera a hablar con los dijuntos y los calmara.  Así se hizo jarta fama.

Por eso, para cuando llegó la bola había jartos fantasmas en la casa.  Venían de huída, se quedaron sin donde asustar. La fama de Don Javier los llevó a la casa grande — que es como le dicen a la casa de la hacienda —.  A la familia no le importó, ya estaban re acostumbrados.

Bianca lo interrumpió.

— ¿Qué es la Bola? ¿De boliche, futbol, tenis? ¿Por qué llegó?

Don Rosaliano le contestó con calma…

Jue durante la Revolución niña. Así se le decía a un tiempo jarto revoltoso, donde la gente no se ponía d’acuerdo con quien y como mandaban al país.  La bola era un montón de personas qui se juntaba para hacer desmanes, bueno, gente quería cambiar todo, pero nunca estaba d’acuerdo con naiden, y llegaban en bola a robar y quemar.

Pero para los espíritus, eso pos’no, ya no. No los iban a sacar de otra casa. Tomaron la sartén por el mango, y lo digo tal cual; con sartenes, escobas, trapiadores, piedras y todo lo que pudieron agarrar se fueron contra la bola. Nunca había visto a nadie correr tan rápido. La bola regreso varias veces, pero igual de rápido que llegaba, igual de rápido que se iba.

Pa’pronto se corrió la voz… en la hacienda vieja espantan, y de a feo. Pronto se supo que la casa estaba cuidada por los fantasmas.

Para entonces la familia ya no tenía nada de dinero. Pero eso sí, los muertitos seguían llegando. Unos güenos, otros no tanto. Unos ruidosos, otros calladitos.

Bianca, que estaba sentada a la orilla de la silla, muy atenta a lo que estaba escuchando, se cayó. Sin querer perderse nada, se sobó las pompas, porque cayó de sentón, y se acomodó en el piso, pensando que del suelo lo iba a pasar.

Don Rosaliano siguió contando. Jueron los malos y ruidosos los que le dieron la idea a los de la casa grande: poner una casa de espantos, como la de la capital.  Poco a poco, y gracias a que la voz se jue corriendo, los vivos empezaron a llegar de visita, y pagaban rete harto dinero. Todos querían un buen susto. ¿Quién entiende a las gentes!, unos por miedo s’iban y otros por miedo llegaban.

Así jueron pasando los años, vivos y muertos iban y venía.  Pero a la familia, ¡újule, que bien l’iba! Harta fama con plata les llegó.

Ahora vienen de todas partes; unos por barco, dicen que otros hasta por aire. La voz se ha corrido por todo el mundo. Bianca lo interrumpió — ¡Así llegué yo! ¡En Avión! Es como un camionsote que vuela.

Así que vino por un susto… pos es momento de empezar niña. Paséle, póngase cómoda. Yo llevo aquí desde antes de la revolución y no se la pasa uno nada mal.

Bianca agradeció que se había sentado en el piso, porque cuando se dio cuenta que Don Rosaliano era un fantasma, se fue de espaldas.